Fronteras en la prensa cultural. Los modos de trabajo son tan diversos en cada zona periodística que, por lo mismo, cuando alguien que cobraba en un diario se traslada a otra editorial tiene que comenzar de nuevo a rediseñar su maquinaria labora, acoplarse a un nuevo sistema.
El oficia es una labor de estilo personal o de la imposición de un estilo personal, de visiones agudas que se van afilando con los años de limar las éticas que así mismo se van definiendo con la formación del ser, de la cultura que no traiga consigo, de las clases de amor da las letras que ronden por la cabeza porque un periodista es, fundamentalmente, un escritor, aunque un escritor no necesariamente sea un periodista. El periodista diferencia de muchos otros oficios, cada día es distinto porque cada día tiene que ordenarse con nuevos cimientos literarios y gráficos.
Durante mas e doce años, la cultura ha ido olvidando los talleres de creatividad, la participación y los contenidos críticos para convertirse en espectáculo, negocio. Los contenidos se han medido, bien por el índice de ausencia, o bien por la elegancia, el glamour o el estatus que comportaba poseer una determinada obra o asistir a una determinada representación. Los contenidos realces han importado tan poco que el ciudadano o el crítico incluso han perdido la capacidad de juicio, presionados como han estado por los suplementos culturales, las instituciones y los responsables de relaciones públicas.
Hay respetados periodistas que critican con agudeza el sistema político cultural pero están con la nomina gubernamental, ya asesorando al licenciado del Instituto Nacional de Bellas Artes, ya en la cobranza como investigador de estudios históricos de antropología, ya redactando bajo un prudente seudónimo programas de mano para festivales institucionales.
El mercado siempre ha estado rodeado de un halo de espectacularidad. Donde hay un mercado hay mercaderes, hay la imperiosa necesidad de ensalzar las mercancías propias como si fueran cosas extraordinarias. El brillo de lo extraordinario forma parte de la presentación habitual de las mercancías, como el ruido de las herramientas forma parte del trabajo. Los personajes, sucesos y productos mas fascinantes, los mas llamativos, los mas horribles, adquieren en el mercado algo de aquel carácter de rareza absoluta que cada mercancía reclama para si. Hablando de la sociedad de la sensación.
De ahí que el arte, ahora pueda ser, ya cualquier cosa. Su definición rigorosa, estricta, se ha extraviado en los laberintos del mercado contemporáneo. Lo que sucede, hoy a los artistas y a los intelectuales es ese acoso del miedo de caer en el abismo del no ser percibidos. Ser significa ser percibido.
Los medios están más que nunca en manos del poder económico y la precariedad del mercado de trabajo ha convertido a los profesionales en impotentes instrumentos al servicio del discurso único y del pensamiento único. La prepotencia de los poseedores de los medios de producción esta además ratificada por el aval de la mayor parte del discurso teórico que apuesta por un a simple descodificación de los medios desintencionalizada de cualquier veleidad critica. Los medios no han de transformar la realidad sino representarla, pero lo cierto es que todos los medios apuestan por la transmisión de una visión neopositva de la realidad de un determinismo que instaura el presente como inquisición, el pasado como obsoleto y el futuro como imperfecto.
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